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7 de diciembre de 2017

Umbral

Avanzaba por la conocida carretera una mañana en que la luz dialogaba e invadía el aire. Suave, la autovía era un torrente suave por el que se deslizaba el viejo volvo, tranquilo, calmado.
El aire brillaba en luz mientras un vehículo, de plateado remate trasero, adelantaba con la misma parsimonia con la que se fugaba el tiempo. Entonces sucedió.
Un umbral se abrió, un instante, corto e infinito, dejando ver detrás los ecos de un mundo primordial, entre lo onírico y lo vivencial. Brotes fugaces de un submundo conocido y cercano desplegaron sus efluvios con la certeza contundente de la realidad que los ojos han visto.
Un suspiro, una mirada directa al abismo, a un precipicio lovecraftiano, a un talud de realidad coexistente, cuántica, primigenea, oculta.
Las sombras, de una verdad indescriptible dejaron su aroma de húmeda cotidianeidad, cuya mirada reconocible asombra al alma.

Se cerró el resquicio tenue de aquel limen incalculable y en su obstrucción se perdió su recuerdo, dejando tan sólo el delirio de un aroma.