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13 de julio de 2017

Singlar

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Recorría lugares nuevos que se abrían amantes ante la marcha firme y cadenciosa. Riscos, valles, ensenadas, lagos y bosques se estrenaban a cada paso desplegando los aromas de una libertad aún por desvelar.

Las mañanas rotundas y frescas daban paso a tardes activas y noches de alegre profundidad, la navegación, no siempre propicia, mantenía en el horizonte el asomo de un mañana esperanzado y de un presente cargado de verdad.

La monotonía de un pasado, todavía cercano, constituía sin embargo un recuerdo lejano como tiempo de infancia, mágicos tránsitos de vida.

Singlando marchaba entre vientos de poniente, cálidos, aproados, que dificultaban el avance de manera obstinada, vientos de ceñida, que como una exhalación dejaban al navío atisbando la costa sin llegar nunca a alcanzarla.

La navegación si no es exigente es un paseo para marineros de ocasión, aquellos que nunca se mojan la ropa, los que no se despeinan, los que no abandonan la seguridad del puerto salvo cuando todas las condiciones son propicias.

Las grandes tormentas habían quedado en aquellas singladuras de su cabo de hornos particular, días y noches de tempestades duras, frías, de vientos racheados y olas como muros, ahí, en esos mares de tempestad es donde había desarrollado sus artes de navegante, entre rachas heladas y mares encrespados batidos por las emociones y sentimientos de imposibilidad.

Atrás quedaban también los años de navegación en líneas regulares, con aquellos grandes navíos, tan seguros como inciertos, y los días y las noches tan semejantes que no cabía distinción. Tiempos de bruma en cubierta, de tedio existencial en medio de las marejadas, tiempos de derrota.

Al abandonar los grandes barcos la travesía se hacía mas transcendental, más intensa y vital, cada recalada tenía la fuerza de lo recién descubierto, de lo por estrenar. El timón temblaba con las sacudidas de la mar y el brazo con ellos, la brisa salpicaba agua y sal mientras el sol quemaba la piel, el velamen, el mástil y el casco hacían una perfecta unidad con él.

Esta obstinación por la navegación vital, por recorrer el pulso de la propia vida lo acercaba a la esencia más elemental, a la forma arquetípica de sí mismo, y sin embargo, lo alejaba de cosas y seres a los que amaba, no todos aguantaban en el puente ante una mar enarbolada, algunos navegaban mal en aquel bajel escueto y marinero, topándose de frente con la incomodidad que trae pilotar sin carenado. Un alejamiento cierto y constante anticipaba tiempos de separación, mares de ausencias.

Pero aquellos eran también tiempos de amor, de belleza, de risa y sonrisa, de alegría de vivir, de anhelo por conocer, por avanzar, por descubrir, eran tiempos de vida.

Singladura tras singladura la mar se hace más profunda, más inquietante y tenaz, la navegación rotundamente vital, en ocasiones procelosa en ocasiones serena, desvela el alma profunda del marino que mide sus fuerzas sólo consigo mismo y con la mar.