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7 de mayo de 2015

Certidumbre

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No sabía nada, el mundo danzaba a su alrededor sin tocarlo sin dejar rastro alguno en su refractaria conciencia, todo estaba bien, todo siempre estuvo bien, en su sitio, todo colocado y acomodado de tal manera, que nada ni nadie podía influirlo.
Siempre fue igual, desde su infancia su entorno había mantenido un orden cercano a la perfección, los acontecimientos se sucedían como sujetos a un mandato, la vida estaba regida por una suerte de oculta ordenanza que todo lo alcanzaba, que todo lo prescribía.
Un cauce cómodo y profundo le conducía amablemente hacia un destino, que se vislumbraba desde cualquier punto del camino. Un sendero perfectamente delimitado, trazado en completa ausencia de sueños, disponía y colocaba sucesos, acontecimientos, relaciones, actividades, amistades, ocio, posesiones, estilo de vida en un sistema armónico que creaba su propia conducta, su propia manera de ser y de creer.
No sabía nada de cuanto ocurría alrededor, y menos aún por qué pasaba nada. Todas las existencias distintas de la suya eran opacas, informes, incomprensibles alineaciones carentes del benefactor orden. Fuera, más allá de la ley estaba el vacío, la nada, un mundo desértico e inhóspito poblado de seres indiferentes, un espacio huero.
La vida siempre le trató bien y esta desgracia le complacía, henchía de plena satisfacción un alma rebosante de sí misma. Si todo me va tan bien es porque lo merezco, porque soy valioso, porque soy mejor que los demás, pensaba. Era un ser satisfecho, un triunfador, alguien  dotado de esa natural displicencia del que siempre se sintió afortunado, la fortuna familiar contribuyó en algo a esta posición también heredada.
El poder se le daba bien, ese era realmente su talento, esa era su verdadera pasión, lo que más amaba en el mundo. Y el poder, complacido de sí mismo y agradecido, le devolvía con creces sus alardes, dotándole de una posición social y económica por encima de toda nubosidad reinante, por encima incluso de las rutas aéreas.
Sus desplazamientos siempre en primera clase o con chófer, sus amistades dignas de una corte. Todo respiraba dominio, autoridad, soberanía y autocomplacencia. Mandaba. Dominaba. Su autoridad y hegemonía alcanzaba muy lejos, al menos hasta el horizonte de su vista.
Nunca tuvo la suerte de enfrentarse a una crisis porque sus asesores las anticipaban, y su condición le garantizaba sacar partido de ellas sin necesidad de esforzarse, jamás sufrió un desamor porque quién se acercaba a él no osaba de ningún modo rechazarlo, nunca vio de cerca la desesperación, ni la privación, no tuvo nunca suerte en la vida, ni tan siquiera en la muerte, una muerte rápida y certera que al igual que su vida no le pudo enseñar nada.