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26 de marzo de 2015

Seguridad

Azul, su color es azul, un color huido del marrón tierra que fue y de aquel gris que de neutro sólo tenía el color.
El azul es hoy el color de la seguridad, una seguridad omnipresente, seguridad evidenciada, anunciada, expresada, demandada, anhelada seguridad.
En poco tiempo, como salidos de algún rincón en el que se hallaban ocultos, comenzaron a surgir y a tomar las calles principales, los edificios públicos y las plazas también.
Subrepticiamente pero con la determinación del que ejerce la autoridad con mano firme, se instalaron en el paisaje cotidiano en estaciones, aeropuertos, centros oficiales, avenidas, congreso, senado, sedes de algunos partidos, frente a sucursales bancarias, campus universitarios, delegaciones oficiales y también de forma inopinada aquí y allá, siguiendo un ritual sencillo y ancestral: el paseo.
Grupos de tres individuos de azul ceñido pasean con el aire desafiante del que está en posesión de la fuerza, parapetados detrás de sus chalecos antibalas y rifles de asalto o ametralladoras, estos modernos cerberos pasean con pasos largos y calmados, dejándose ver entre la multitud con inusitada insistencia.
Estas nuevas misiones paseantes han sido encomendadas a agentes antidisturbios que han dejado la porra para empuñar fusiles automáticos, que han abandonado su posición, un tanto atribulada, detrás de los escudos para pasear por las calles y recintos públicos sin pudor, a cara descubierta sin máscaras ni cascos.
¿Qué seguridad dan estos alazanes alfa artillados?, ¿Qué seguridad ofrecen estos rambos azules de anchas espaldas y estrechas cabezas? La seguridad es siempre una excelente excusa para propagar el miedo, para atenazar el pensamiento, para inhibir la acción.
Seguridad es un eufemismo de inseguridad. Seguridad representada por peones de azul que transitan con andares de nuevo sheriff, inseguridad de mezquinos políticos que atormentados por su incapacidad, necesitan mantener un control imposible sobre una población transmutada en jauría de sospechosos a los que hay que vigilar.

Patrullas de azules pasean entre nosotros sin mezclarse, sin identificarse, cada vez se les ve más, son muchos, casi una plaga, aun así no son suficientes, necesitamos más porque la seguridad es una amante insatisfecha que siempre pide más, más madera para quemar, más maderos para mantener un estado policial que vigile de cerca al presunto ciudadano.

3 comentarios:

Sirenoide dijo...

Qué interesante y acertada reflexión, Palabrerías. LLevo notando también esta oscura presencia azul allá donde voy. Ayer mismo tenían apostada una furgoneta en la puerta de un Museo...a qué tanta supuesta vigilancia?
Claro que hay peligros acechando, el yihadismo se ha convertido en uno de esos enemigos a combatir, pero también los que se atrevan a protestar contra este atropello al que estamos sometidos. Los ancianos víctimas de preferentes que osan salir con una pequeña pancarta a defender su dignidad frente a la sede del PP, son seguidos muy de cerca por el doble de dobermans policiales que de manifestantes.
El Congreso está fuertemente protegido por vallas y hordas de policías armados y con ganas de jarana. ¿Cómo es posible que denunciar un abuso policial con imágenes que lo evidencien sea un delito? ¿En qué clase de país vivimos si no pueden condenarse los excesos violentos provengan de quien provengan?
El estado policial al que tendemos no es una solución sino un auténtico problema.
Efectivamente, la excusa del miedo es de lo más potente, con ella recortan derechos fundamentales, libertades básicas que ahora vemos casi como lejanas. Tanto sufrimiento de otro tiempo, tanta lucha por esas libertades que ahora se cercenan sin pudor.
Nos vigilan en pos de nuestra seguridad, nos amordazan en pos d una imposible paz social y lo más doloroso y espeluznante es que seguimos anestesiados, no hacemos nada. Nos hemos anclado en la temible y esclava INDEFENSIÓN.

Sirenoide dijo...

Nuevamente me he topado con un texto que quiero compartir con vosotros. No tiene nada que ver con el tema que se trata en esta entrada pero me ha gustado mucho y por eso os lo quería ofrecer. Habla de las cosas importantes, habla de la vida...Espero que os guste!!!


Relojes a Marte.

Despedirse. Se nubla la vista y los ojos permanecen anestesiados ante el paso del tiempo. A él nos aferramos cuando no hay luz en los caminos que recorren los laberintos de nuestras emociones. A él, cuando se agotan los condicionales para vivir. A él, que todo se lleva por delante, que todo suaviza, que toda herida convierte en cicatriz. A él que, a veces, nos enseña que las cicatrices pueden llegar a doler más que cualquier herida incapaz de sanar. A él, que esclaviza esperanzas y desajusta despedidas amargas.


Puede que sean demasiados los que nos han enseñado a amar esperando constantemente infinitas respuestas, a querernos formulándonos excesivas preguntas. A hacernos soñar que nos basta con amar. Y entre tanta pregunta y respuesta olvidamos todos los pequeños instantes que se esconden bajo esa obsesiva tarea de preguntarse siempre qué le falta a ese día, a ese amor, a esa vida para llegar a ser perfecta. Enloquecemos hasta llegar a naufragar en esta atroz convivencia con la imperfección.

Puede que sean pocos los que se hayan atrevido a luchar contra la soledad del volver a empezar. En esta vida hay que aprender a despedirse. Despedirse de lugares, personas y emociones. Incluso, de tus propias emociones. Siempre he creído que existe un componente mágico en ese renacer. Que el corazón hay que preservarlo para que no acabe salpicando de barro todos los rincones del alma. Hay que asumirlo tal y cómo es, cómo lo han hecho: pequeño, desconfiado, sensible. Que a veces no puede exponerse. Que necesita espacios seguros. Que no se te quede descolocado. Que pide que lo conozcan, que lo acepten, que se arriesguen al desconcierto en las primeras veces que lo acaricien. Que no lo cuestionen. Que no pierdan la paciencia. Que el deseo del comienzo no se haga pedazos en el primer asalto. Que no sea demasiado tarde cuando pongas límites. Que lo respeten, con y sin red. Aunque sea la primera y la última vez que paseen por él.

Irse, dejarlo ir, aprender a ser egoísta entre tanto vampiro emocional, y hacerte tuyo para siempre.
(Jon Salinas)

bassho dijo...

Espacio

La luz solar es una mineral disuelto al amanecer.
entre piedras silentes cálidas del brillo,
pulidas por el atardecer,
habitando círculos vegetales,
contemplando allá donde el horizonte duerme acurrucado.
El espacio no está dentro ni fuera de nosotros, es una situación, un estado de ánimo, un impulso, una esperanza, una ilusión de algo mejor.

El sentimiento puro que tengo de que el mundo es un lugar amplio y hermoso, no procede de mis padres, desconozco quién o qué me lo ha transmitido. Pero está arraigado profundamente en mí.
La contemplación de un amplio espacio nos conecta de alguna forma con nosotros mismos y con la esencia de las cosas.

A cada momento se abre una puerta que puedes traspasar o evitar. Algunas conducen a tu corazón, otras a los vericuetos de la mente y muchas a tu propia alma. Unas y otras conectan estancias y pasillos innumerables , derraman luz u oscuridad, siempre tan necesarias. Dintel del vértigo y el asombro, pórtico de la oportunidad y la gloria, puerto del que zarpan o arriban relámpagos de claridad y sentido, torrentes de confusión y derrumbe.

Con solo tocarte podría curar tu cuerpo,
escuchar el latido de tu corazón
y sanar tu alma.
Rozar con luz la sombra,
despejar bruma,
suavizar cima,
albergar valle,
soplar noche
y aventar ira.

(Me aterra el miedo, sea cual sea el color que vista: azul, marrón o rojo.
Me parece muy interesante el texto Sirenoide. Solo el final veo confuso, ya que para mí el vampiro emocional y el egoísta –hacerte tuyo para siempre- es la misma persona. Nos sobra egoísmo. De hecho no veo mucho más que eso en lo que me rodea: estúpido egoísmo, infantil, jactancioso, pretencioso, ridículo, inútil… Yo mismo, que así me defino, sé y siento la enorme capa de egoísmo que visto diariamente.)