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14 de julio de 2013

Bache


Detrás de lo aparente se encuentra la verdad. Absorto en la propia incertidumbre, mirando más allá de la piel de las cosas, donde estaba ella, sin estar. Perdido en el laberinto de la vida transitaba por una ciudad olvidada de sí mismo, olvidada de ella, una ciudad henchida de soledad, ahíta de tristeza.
Sintió cesar, una leve muerte emergió en el desvelo de la conciencia, por un instante y con alivio dejó de ser, conciencia de saber, conciencia de ser. El día no podía ser peor. La desesperanza conspiraba con la misma intensidad que el desconsuelo. Olas de fatiga golpeaban tenaces la borda desde la misma línea de flotación. Vértigo ante el peligro mostrándose desde lo alto de la resbaladiza pendiente del abatimiento. Una copa de rioja para atenuar el desasosiego.
Con el sabor agrio del vino aún en la garganta, corrió a refugiarse en el arte; arte Sumerio, navegación por el Tigris y el Eúfrates hacia una perdida Mesopotamia. Ventana abierta al aire fresco con el que disolver tanto desánimo. El sistema trabaja para mantener intacta toda desigualdad; leyes, normas, justicia, son un contubernio que crea cauces a la riqueza, un sistema que enriquece al rico y deja al pobre empobrecido sin remedio.
Inmersión en los mares del arte: arte antiguo, Picasso, Miró, Juan Gris, Robert Adams, descubrimiento de un Dalí ignoto. Arte llenando los huecos, impregnado lo interior de una visión que deja la cotidianeidad en el desván de lo consciente. Necesidad de arte. Buscaba pero no estaba, nada había, solo ausencias, buscaba sin encontrar.
La ciudad, oculta bajo el cielo de un abismal desencuentro, palidecía. El sordo sonido del tráfico semejaba un latido incongruente, voces aceradas cortaban el aire. Y el arte, el arte de nuevo, cómo bálsamo benefactor, volvió a salvarle de sí mismo.